jueves, 10 de junio de 2010

TERCERA POSICION

15.- TERCERA POSICIÓN Y UNIDAD LATINOAMERICANA. Por Juan D. Perón.
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El Sábado, 29 de mayo de 2010 a las 18:59
ESTUDIO PRELIMINAR (Fermín Chávez, Agosto de 1984). Segunda y última parte.


Un año antes los norteamericanos habían dado muestras de preocupación por lo que ellos consideraban un proyecto de Perón de organizar una federación de países en el Sur, En un memorándum, fechado el 20 de mayo de 1947, el director de la Oficina de Asuntos de las Repúblicas Americanas, Ellis Briggs, observaba: Existe. el peligro de que la Argentina aspire a organizar un bloque del Cono Sur, balo la dominación política y económica argentina; y también que los Estados Unidos debían oponerse a cualquier desarrollo que pudiese facilitar la formación de tal bloque.

La política de Perón, en efecto, apuntaba a una integración regional, justamente para fortalecer los proyectos nacionales independientes surgidos en esta parte de América. Pensaba primordialmente en la necesidad de unir a la Argentina, Brasil y Chile (el ABC). Esta idea no tenía mayores posibilidades en 1947, pero las tuvo años después. En un artículo poco conocido que Descartes -seudónimo reconocido del líder argentino- publicó el 20 de diciembre de 1951, se podía leer: El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de triunfo de la América austral. Ni Argentina ni Brasil ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna. Así podrían intentar desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifásica de impulso indetenible. El artículo no tiene desperdicio: Desde esa base -prosigue- podría construirse hacia el norte la Confederación Sudamericana, unificando a todos los pueblos de raíz latina. Y añade esto otro: Unidos seremos inconquistables; separados, indefendibles. Era todo un desafío, cuya verdadera dimensión se percibe ahora con el tiempo transcurrido.

Perón hizo sus primeros tanteos en tal sentido durante 1974. El 27 de mayo de ese año se entrevistó con el primer mandatario brasileño, general Enrico Gaspar Dutra, en el puente que une Paso de los Libres con Uruguayana; y el 23 de octubre conversó con el presidente de Bolivia, Enrique C. Hertzog, en la frontera argentino-boliviana.

Con Dutra consideró la posibilidad de varios acuerdos, entre ellos, los relativos al aprovechamiento hidroeléctrico de Salto Grande y de las caídas del Iguazú. En el discurso que pronunció, Perón mantuvo un tono sumamente diplomático, pero siempre con la mirada puesta en una futura cooperación: Si somos capaces de vencer a la naturaleza -dijo con alusión al gran puente internacional- en sus esquemas telúricos, seamos también capaces de vivir sin fronteras en esta inmensa democracia, donde los afanes son universales y en donde los sentimientos son fraternos.

Las conversaciones con Hertzog tuvieron mayor hondura y significado, luego del canje y ratificación del tratado comercial argentino-boliviano, en un acto efectuado en el campamento de Sanandita, de YPFB, cercano a Yacuiba. Otro fue el tono de los discursos en esa frontera. Debemos comprender los americanos -indicó Perón- que hemos de vivir unidos, porque cuando los hermanos se pelean los devoran los de afuera. Esta sentencia gaucha de todos los tiempos está llegando al corazón de los americanos.

Perón estaba remando contra la corriente -para usar una expresión de Tomás Eloy Martínez-, y avanzando cuanto podía. Todo el sistema neocolonial de ideas estaba contra sus proyectos, pero lo mismo siguió; pacientemente, marchando. Entre el 20 y el 26 de febrero de 1953 visitó Chile, con el objeto de echar las bases de un convenio de complementación económica (sobre alimentos, minerales y energía, principalmente). El acta firmada quedará abierta para que otros gobiernos hispanoamericanos puedan adherir a ella.

A la distancia no se divisan ya los escollos que hubo que vencer, en 1953, para avanzar hasta esa unión económica. Los hábitos mentales dominantes, allende y aquende la Cordillera, con su carga de prejuicios, deformaciones y desinformaciones, no facilitaban ni mucho menos una política de integración. César Tiempo, quien se adelantó a la llegada de Perón a Santiago para preparar el terreno en los sectores intelectuales trasandinos, ha relatado su experiencia de entonces y lo trabajoso que resultó convencer a los escritores chilenos a que convocaran al acto en que el presidente argentino le hablaría a la intelectualidad. En Chile se decía: "El de Buenos Aires es un gobierno fascista", "Perón abriga designios imperialistas", "El general no es el autor de sus discursos", y otras muletillas. Finalmente, Perón habló en el salón de actos de la Universidad, tras la invitación que firmaban, entre muchos, Pablo Neruda y Eduardo Barrios. Por supuesto que los sedujo a todos, aun al cronista del diario El Mercurio, que no era un cualquiera sino el célebre crítico Alone (Hernán Díaz Arrieta), para quien el orador jugaba con su auditorio, recorría sus teclas como las de un piano.

El presidente chileno, general Carlos Ibáñez del Campo, retribuyó la visita del argentino para las Fiestas Julias, meses después. El 8 de julio fue firmado en- Buenos Aires un tratado de unión económica, en cumplimiento de lo prescripto en el acta de Santiago, donde los dos gobiernos se comprometían a la unión de Argentina y Chile en las gestas históricas de la Independencia. Un día antes, en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas Argentinas, Perón había aprovechado la ocasión para hablar de su tema: Frente a las nuevas fuerzas de carácter económico que pretenden dominarnos -dijo-, nosotros, chilenos y argentinos, retomando los antiguos ideales de O'Higgins y de San Martín, y pensando como ellos en nuestros pueblos y también en los pueblos de América, hemos decidido realizar la unión de nuestras fuerzas económicas, creyendo que ésta es, acaso, la última hora que el destino nos ofrece para cumplir con la misión que Dios nos tiene reservada en sus eternos designios insondables. Presentimos que el año 2000 nos hallará unidos o dominados.

Semanas después de su visita a Chile, Perón le había escrito una larga carta a Ibáñez del Campo, en la que le comunicaba, sin salirse del espíritu de colaboración, sus experiencias políticas, particularmente el dilema que se le había planteado, de elegir entre el pueblo o las fuerzas internas y externas de explotación. Sin duda, el argentino tenía cierto temor de que el gobierno del trasandino se deteriorara, justo cuando comenzaban a tirar parejo. Yo veo en Chile -le expresa-la acción abierta de la oposición, ayudada y financiada desde el extranjero. Entre los dos frentes: conservador-liberal pro yanqui y radical marxista no hay diferencias apreciables, pues ambos, a la larga, serán los adversarios del Ibañismo. Muchos 'acercados' son en el fondo opositores. Yo también los tuve aquí al comienzo.

En el terreno de la cooperación y cumplimiento de los tratados, y aun en lo aparentemente gallináceo, Perón no era menos elocuente: Quizás el asunto de internación de ganado podría iniciarse rápidamente en forma de presentar allí una abundante provisión a precios rebajados. Sería de un efecto excelente. Por las cuentas no debe preocuparse, pues los efectos políticos buscados son superiores a toda otra consideración. Pagamos a media, si es preciso...

En una disertación fundamental que el presidente argentino pronunció el 11 de noviembre de 1953, en la Escuela Nacional de Guerra se hallan los pormenores de las gestiones por él efectuadas, en orden al proyecto ABC. No alcanzó para el logro el acuerdo en primera instancia de Getulio, porque éste tuvo que vérselas con los aliados del neocolonialismo, sobre todo esos agentes económicos que lo llevaron al suicidio el 24 de agosto del año siguiente. Yo no quería pasar a la historia -les dijo Perón a sus camaradas- sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el continente. Su relato no tiene requechos. Vargas y el chileno estaban de acuerdo, pero. . . Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieron prometido esto para dar el hecho por cumplido porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran. Una gama de intereses se oponía a la uni6n y así se demostró. Y en el caso de Brasil estaba Itamaraty, una institución supergubernamental según Perón. Fue la Cancillería del Brasil la que puso piedras contra el Pacto de Santiago, al decir que era la destrucción de la unanimidad panamericana, según palabras más palabras menos del ministro Neves de Fontaura.

Años después, en su exilio de Madrid, Perón le comunicó otras reflexiones sobre el frustrado ABC a Tomás Eloy Martínez, a quien le dijo: Me quedó, sin embargo, una enorme enseñanza: ningún país latinoamericano puede liberarse por completo si, al mismo tiempo, no se libera el continente, y si luego el continente no se íntegra para consolidar su liberación. Quizá en ese momento el líder expatriado, buen lector del Martín Fierro, tenía en mente los versos que dicen: Porque nada enseña tanto/ como el sufrir y el llorar, y otros similares del poema hernandino.

El 3 de octubre de 1953, el presidente argentino llegó a Asunción del Paraguay a bordo del yate "Tacuara" y permaneció en el país hermano hasta la noche del 5. En el curso de su principal disertación insistió en el tema de la hermandad, sin supremacías. Nosotros creemos -expresó- que América es una gran patria que no tiene límites desde el Ártico hasta el Antártico, que desde Canadá hasta la Antártida somos una sola tierra de promisión, somos una sola tierra del futuro del mundo. Todavía era presidente Federico Chávez.

Casi un ano después, el 14 de agosto de 1954, Perón volvió al Paraguay llevando los trofeos conquistados durante la guerra de la Triple Alianza: banderas, armas y 9tras reliquias. Durante la ceremonia principal, efectuada el día 16, el visitante manifestó: Vengo personalmente a cumplir el sagrado mandato encomendado por el pueblo argentino de hacer entrega de las reliquias que, esperamos, sellen para siempre una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos y nuestros países. En un aparte, y casi confidencialmente, Perón se dirigió al presidente Alfredo Stroessner, sacó un reloj que llevaba guardado y le dijo: Aquí tiene el reloj que marcó los últimos instantes de la vida del mariscal López. Quiera Dios que ahora marque las horas felices a que tiene derecho el pueblo paraguayo. 43 Veinticinco años antes, el presidente Hipólito Yrigoyen había querido hacer lo mismo -en cuanto a la devolución de los trofeos-, pero no había podido, bajo la polémica que los liberales entablaron.

Una delegación de la CGUA (Confederación General Universitaria Argentina) se trasladó a Asunción el 21 de octubre del mismo año, dentro del proyecto americanista puesto en marcha por Perón. En la capital paraguaya acordó con representantes del comité central de la Juventud Colorada una declaración, suscripta el 26 del mismo mes, en la que, entre otras cosas, se manifestaba: Que en esta hora decisiva pare la humanidad solamente una América unida podrá cumplir con la misión de su destino histórico. Que la Independencia frente a los imperialismos de derecha o de izquierda sólo será posible adquirirla o mantenerla mediante la emancipación de cada uno de nuestros pueblos. Que sustentamos nuestra fe en un sistema auténticamente democrático de vida y de gobierno que garantice en su plenitud la dignidad cristiana de la persona humana y el respeto a la voluntad de los pueblos libremente expresada. Repudiamos todo totalitarismo, de izquierda o de derecha, entendiendo por tal cualquier sistema filosófico o político que pretenda la plena absorción del hombre, desconociendo su calidad de portador de valores eternos, fundamento de nuestra civilización. Como puede advertirse, la Declaración de Asunción se ajustaba a la filosofía tercerista del justicialismo. Pero, además, respondía al espíritu del mensaje que Perón había destinado a la juventud, ocho meses antes, al hablar a la Federación Americana de Estudiantes y a la CGU en el Teatro Nacional Cervantes.

Siempre he pensado -había dicho- que los pactos entre los gobiernos no sirven para nada si no los refrenda la voluntad de los pueblos. Y también esto otro: Ni Brasil tiene unidad económica, ni Argentina tiene unidad económica, no la tienen tampoco Chile, Perú, Bolivia, Colombia ni Venezuela; ninguno de estos países tiene, por si; unidad económica suficiente como para garantizar su porvenir, pero unidos representamos la unidad económica más formidable que pueda existir. Luego de aludir al pensamiento de San Martín y Bolívar, el presidente había puntualizado: He dicho muchas veces, lo he dicho públicamente y lo sostendré públicamente que nuestro país está total y absolutamente preparado para esa unión. Hemos dicho que estamos a disposición de los que quieran unirse, que nosotros estamos convencidos de esa necesidad, y queremos señalar para el futuro, cuando las circunstancias carguen la responsabilidad, de no habernos unido, sobre los hombres públicos de nuestro tiempo, que yo, por lo menos, estaré libre de esa tremenda responsabilidad.

Aparte de los proyectos de integración impulsados por el general Per6n desde el gobierno, hubo durante la década del 5Q diversas manifestaciones de solidaridad con los movimientos y gobiernos populares de América hispana que luchaban contra los poderes neocoloniales: tales los casos de Puerto Rico y Guatemala, donde se libraban batallas contra el imperialismo norteamericano.

El Partido Nacionalista portorriqueño, liderado por el doctor Pedro Albizu Campos, tenía por entonces a sus principales dirigentes en la cárcel, como consecuencia del frustrado intento revolucionario de octubre de 1950. Dos años después de aplastada la rebelión, Estados Unidos constituyó, por ley del Congreso, a Puerto Rico "Estado libre asociado". Un tiroteo en Blair House y los balazos disparados por Lolita Lebrón conmovieron a toda América y particularmente a los militantes peronistas. Albizu Campos fue sometido a torturas científicas que fueron denunciadas ante la OEA, en diciembre de 1952, por la dirigencia nacionalista en el exilio. En la Argentina, la prensa peronista reflejó con indignación tales formas de represión y sus escritores se sumaron públicamente a la lucha de los portorriqueños.

La situación colonial de territorios americanos que estaban ocupados por potencias extranjeras fue uno de los temas permanentes de la cancillería peronista. Así, cuando en abril de 1948, se realizó en Bogotá la Novena Conferencia Internacional Americana, nuestra delegación y la de Guatemala habían planteado la tesis anticolonial, enfrentando a los representantes yanquis. Aquella vez se impuso el anticolonialismo de los argentinos y guatemaltecos, bien reflejado en la Resolución XXXIII, por la que se propician métodos pacíficos para "abolición del coloniaje".

Seis años después, durante la Décima Conferencia Internacional Interamericana realizada en Caracas en marzo de 1954, en momentos en que los norteamericanos presionaban para legitimar su intervención en Guatemala, la posición argentina se expresó de una manera rotunda. El presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, continuador del movimiento de liberación iniciado por Juan José Arévalo, era acusado de comunista por los voceros de la United Fruit Company, afectada por las nacionalizaciones de tierras. Los norteamericanos impulsaron un proyecto de declaración mediante el cual lograrían legalizar su intervención. Nuestros representantes fueron categóricos: Para nosotros intervencionismo es sinónimo de bradenismo. Rechazamos el proyecto por nosotros y por nuestras repúblicas hermanas de América. Pero en mayo de 1954 comenzaron los bombardeos a la capital guatemalteca, con aeroplanos piratas; y el 18 de junio, el coronel Carlos Castillo Armas entró en Guatemala al frente de un ejército mercenario. Una semana después, Arbenz cedió a los planteos de la embajada yanqui. Y entonces las embajadas hispanoamericanas se convirtieron en templos de asilo para funcionarios, políticos y militantes revolucionarios.

El encargado de negocios de la Argentina, Nicasio Sánchez Toranzo, abrió las puertas de la embajada a conocidos y desconocidos. Entre ellos se contó un joven médico rosarino: Ernesto Guevara, quien había participado en la defensa del gobierno guatemalteco y que luego además, escribiría un artículo titulado Yo vi' la caída de Jacobo Arbenz. El futuro Che permaneció asilado hasta fines de agosto, fecha en que aviones argentinos llegaron a Guatemala para recoger a los refugiados. Guevara no quiso embarcarse y dejó la embajada, porque pensaba irse a México.

Perón había ayudado al gobierno popular guatemalteco más de lo que vulgarmente se sabe. Juan José Arévalo había condecorado a Perón con la Orden del Quetzal y con razón. Cuando en mayo de 1947, el gobierno de Arévalo sancionó el Código del Trabajo, las compañías navieras norteamericanas le comunicaron que dejarían de prestar servicios en puertos de Guatemala. Esto equivalía prácticamente a un bloqueo, ya que el país no contaba con flota mercante propia. Entonces Arévalo acudió a Perón a través de una misión secreta. En el acto el líder justicialista ordenó al director de la Flota Mercante Argentina que a partir de ese momento los barcos de bandera nacional hicieran escala en el país hermano. Algo más confesó Arévalo: los barcos mercantes de nuestra flota llevaron a Guatemala armas argentinas para defender la revolución popular guatemalteca.

Con relación a los Estados Unidos y su política agresiva para con la Argentina, sobre todo en el campo económico, corresponde distinguir dos etapas: una anterior y otra posterior a 1953. Durante la primera, el enfrentamiento asumió características de lucha abierta entre el proyecto antiimperialista de Perón y los poderes de turno de Washington. La segunda, en cambio, corresponde a una relación distinta, con un giro notable en la dirección de la política exterior de ambas naciones.

La visita de Milton Eisenhower, hermano del presidente norteamericano, en la segunda quincena de julio de 1953, marca la crisis entre las etapas antedichas. El viaje había sido anunciado el 12 de abril por Dwight Eisenhower, quien deseaba tener una "apreciación adecuada de los sucesos latinoamericanos", lograda por conocimiento directo. Los trámites finales de la paz por la guerra de Corea impidieron que el viajero fuese el propio presidente.

Eisenhower estuvo en Buenos Aires entre el 18 y el 20 de julio, tiempo suficiente, aun con agasajos, para el conocimiento buscado, ya que el enviado era un prestigioso universitario con experiencia diplomática y en informaciones. Perón fue muy cortés con él, durante muchas horas de conversación. Y confió en que se produciría un sensible cambio en las relaciones con Washington. Por eso, meses después, durante su visita a Asunción del Paraguay ya mencionada, el 5 de octubre, el presidente argentino hablaría bien de su colega yanqui, entre los periodistas que lo rodearon esa vez: Por suerte -manifestó Perón- tenemos en los Estados Unidos un Eisenhower que piensa como nosotros.

El historiador Arthur P. Whitaker, poco proclive a reconocer méritos o virtudes de la política peronista, pone de relieve sus aciertos en la materia. Así, al referirse a la Conferencia de Río de Janeiro de agosto de 1947, habla del "papel estelar" desempeñado por la Argentina, cuyos delegados se convirtieron en adalides de la causa latinoamericana contra los plutócratas esquilmadores del norte de Río Grande, aun dicho así, con ironía. Mejor juicio aún le merece la intervención de la delegación argentina en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Trabajo, que se efectuó en La Habana entre noviembre de 1947 y marzo de 1948.

La Argentina había sido excluida del comité preparatorio y de las conferencias preliminares, bajo la presión de los Estados Unidos, empeñados en ahogar todo conato de bilateralismo y autarquía en su periferia. Nuestra delegación, encabezada por el doctor Diego Luis Molinari, se mostró eficaz en la argumentación contra la liberación del comercio internacional propiciada por la potencia del Norte. Molinari, dice Whitaker, identificó a su país sobre todo con los países poco desarrollados, por lo cual consiguió el máximo de solidaridad de las demás naciones latinoamericanas. Y reconoce: tocó una fibra latinoamericana familiar y popular cuando acusó a la propuesta de los Estados Unidos de reducir rápidamente las barreras, de ser un expediente mal disimulado del imperialismo económico, con lo que se impediría la industrialización de los países latinoamericanos y se los mantendría en la servidumbre colonial.
La delegación justicialista no sólo se negó a suscribir todos los términos de la Carta de la Organización del Comercio Internacional, sino que también regresó de Cuba con un proyecto avanzado: crear un Banco de las Antillas Cubano-Argentino.

Para el autor citado, la Argentina repitió sus tesis combativas en la Conferencia Interamericana General de Bogotá, comenzada en marzo de 1948. Por esos días, Perón había dicho públicamente: Nuestra política consiste en alcanzar convenios bilaterales con todos los países latinoamericanos, luego de aseverar: Creo que ha pasado la época de las conferencias, los discursos y las cenas de los ministros extranjeros.

En Bogotá la delegación argentina se opuso al establecimiento de un organismo militar permanente y creación de toda suerte de superestado. Esta vez le tocó al delegado doctor Pascual La Rosa suscribir la reserva argentina al sistema americano del Pacto de Bogotá.(1 de mayo de 1948). Para Whitaker, los resultados de la Conferencia de Bogotá no cambiaron la actitud de Perón hacia el sistema regional americano. Aún más: cita una declaración del líder justicialista, del 24 de mayo de 1948, en la que se decía que para consolidar el panamericanismo había que terminar con la "expoliación" de América Latina por el capitalismo imperialista y con los "trusts sin fronteras".

La guerra de Corea impuso alguna modificación en el cuadro de las relaciones internacionales de la Argentina. A fines de junio de 1950, el Congreso peronista ratificó por fin -sin el apoyo de la UCR-el Tratado de Defensa de Río de Janeiro, que dormía en el Parlamento desde 1948. También Perón insinuó que acompañaría a las Naciones Unidas en su acción policial en Corea. Gestionó, mientras tanto, un crédito comercial de 125 millones de dólares ante el Banco de Exportación e Importación de los Estados Unidos, con cuyo monto -una vez obtenido- fueron liquidados los saldos vencidos, favorables a los exportadores yanquis. Pero no envió tropas a Corea, después de manifestar solemnemente: Haré lo que el pueblo quiera. La contribución de nuestro país en dicho episodio fue real en alimentos.

Whitaker sostiene que la conciliación de Perón con Washington fue posible después de la muerte de la "yancófoba" Evita, pero su balance no tiene mayor asidero. La fundación de ATLAS (Asociación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas), si bien data de los días de 1951 y 52, cuando la gravitación de Eva Perón en la CGT se daba en plenitud, formó parte de una estrategia trazada por el líder justicialista en su enfrentamiento con las organizaciones obreras antiperonistas: la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), que comandaba el mexicano Vicente Lombardo Toledano, y la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT), que tenía entre sus mayores dirigentes a George Meany. El consejo ejecutivo de ATLAS sesionó en Buenos Aires (ya muerta Evita) a principios de enero de 1953, bajo la secretaria general de José G. Espejo y la participación de representantes mexicanos, chilenos, costarriqueños, peruanos, cubanos y portorriqueños. La organización sindical justicialista no cesó en su accionar hasta la caída del peronismo.

En una de las últimas obras escritas en el extranjero sobre Juan Perón, la reciente biografía de Joseph A. Page, este autor, que no se guarda de evidenciar su antipatía por el personaje, hace hincapié en las dificultades con que tropezó el líder justicialista para implementar sus provectos continentalistas, o regionalistas, a comienzos de la década de 1950.

Hubiera hech3 falta un brío hercúleo para superar los profundos antagonismos existentes entre la Argentina y Brasil, una realidad que inicialmente había sido explotada por Gran Bretaña y luego por Estados Unidos como piedra fundamental de sus estrategias diplomáticas hacía América del Sur, reconoce, y antes esto otro: El imaginaba que el único camino viable hacia un desarrollo independiente del dominio capitalista o comunista era una confederación de Estados latinoamericanos. En abstracto, esta idea era visionaria. Perón era el único líder latinoamericano que deseaba promover vigorosamente la unión de los pueblos. Lo haría hasta el momento de su muerte. Por supuesto, el estudioso yanqui no deja de ponerle reparos a esa voluntad peronista.

Claro que Perón alcanzó una mayor claridad sobre la dimensión del enemigo imperial después de su derrocamiento de 1955 y esto es comprensible. La repartija del mundo por soviéticos y capitalistas fue escarmentada por la Argentina en cabeza propia. En un texto de 1965, luego incorporado al título América Latina, ahora o nunca, iba a decir el ex-presidente: Cuando en Yalta los imperialismos capitalista y comunista se repartieron el mundo, nacía en el mundo mismo el germen de la liberación por la que hoy se lucha en todas partes. La lucha por la liberación es igual en Polonia, Hungría o Bulgaria, que en la Argentina, Brasil o Francia; no interesa el signo balo el cual se realiza.

Casi diez años después, en el Modelo Argentino, vuelve a retomar la idea sanmartiniana y bolivariana de la Comunidad Latinoamericana. Cada país -dirá- participa de un contexto internacional del que no puede sustraerse. Las influencias recíprocas son tan significativas que reducen las posibilidades de éxito en acciones aisladas. Es por ello que la Comunidad Latinoamericana debe retomar la creación de su propia historia, tal como lo vislumbró la clarividencia de nuestros libertadores, en lugar de conducirse por la historia que quieren crearle los mercaderes internos y externos. Y en seguida: Nuestra respuesta, contra la política de 'dividir para reinar' debe ser la de construir la política de "unirnos para liberarnos".
La selección de documentos -discursos, escritos, cartas y reportajes-, en su mayor parte en textos completos, que aquí presentamos, ayuda a comprender aspectos doctrinarios y pragmáticos del proyecto de Perón, quien, poco después de Yalta, percibió con particular claridad las limitaciones que las luchas nacionales hispanoamericanas ofrecían al darse por separado. Y en la dirección por él tomada avanzó hasta donde pudo: hasta donde lo dejaron las potencias enemigas. El Departamento de Estado jugó, hasta mediados de 1953, como hemos visto, un rol primordial, hoy cada vez más documentado. Ya el 4 de julio de 1945, J. W. Perowne, funcionario del Foreing Office, lo describía así: Su verdadero objetivo es humillar al único país latinoamericano que ha osado enfrentar sus truenos,- si la Argentina puede ser sometida efectivamente, el control del Departamento de Estado sobre el hemisferio occidental será absoluto.

Entre los documentos que presentamos, sin duda, algunos llaman la atención más que otros. El reportaje sobre la Argentina y Chile, de febrero de 1953 (III), fue reproducido por primera vez por Tomás Eloy Martínez, quien lo recibió de manos del propio Perón en Madrid. La disertación del 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra (V), en que el entonces presidente reveló pormenores del "proyecto ABC", fue publicada primeramente por la revista Izquierda Nacional, número de octubre de 1966, cuando ya habían muerto Vargas (1954) e Ibáñez (1960).

Es poco conocida la Carta al Presidente Kennedy (VIII), muy importante texto peronista que su autor hizo difundir durante la Conferencia de Punta del Este. En cuanto al fragmento de reportaje sobre la deuda externa del Brasil (XII), no parece dicho en 1973 sino hoy.

En el resto del conjunto, a nuestro juicio presentan un valor especial los testimonios XI II, XIV y XVI, correspondientes todos a 1973, ario del regreso definitivo de Perón a la Argentina y de su última experiencia gubernativa. Por momentos, las cartas a Omar Torrijos a Carlos Prats adquieren un fuerte tono dramático y revelan que Perón percibía bien las actividades secretas de los organismos e instrumentos imperialistas, oficialmente negadas.

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