jueves, 10 de junio de 2010

proyecto abc 1ra. parte

15.- TERCERA POSICIÓN Y UNIDAD LATINOAMERICANA. Por Juan D. Perón.
Compartir
Hoy a las 13:33
V - EL PROYECTO ABC. Primera parte.

En la Escuela Nacional de Guerra, Buenos Aires, 11 de noviembre de 1953.


"Señores:

He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.

Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.

El mundo moderno.

Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.

Es indudable que la evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad. Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad. Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.

Es Indudable que el mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido por lo menos en una escala tan extraordinaria. Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual. Es tal la influencia de la superproducción y es de tal magnitud la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.

Si ése es el futuro de la humanidad, es indudable que estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.

Comida y materia prima

Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida. Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.

El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima: valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos, y la lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.

En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.

Ventaja de América.

Esto es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.

Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.

Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo. Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.

Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.

La amenaza.

Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado -a lo largo de la historia de todos los tiempos- que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza. Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder jueguen ese poder para despojarnos de los elementos de que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades. Ahí está el problema planteado en sus bases fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.

Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días. No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.

Defensa común.

Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común.

Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.

Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más ó menos abstracta o idealista.

Las uniones americanas

Señores:

Es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto, analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del Continente en una unión de distintos tipos.

Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú. Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias. Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria. Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile. Es decir, que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión. Eso fracasó por culpa de la junta de Buenos Aires.

Hubo varios después que fracasaron también por diversas circunstancias. Pasó después el problema a ser propugnado desde Perú, y la acción de San Martín también fracasó. Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.

Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra. Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.

Unidos o dominados

Llegamos a nuestros tiempos.

Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente.

Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar un poco en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino o mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.

Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo. Quizá en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.

Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.

Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lucidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes, porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.

Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizás el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos, porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.

Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente, porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendrá ninguna importancia. Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otros Estados.

El primer plan

En 1946 cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.

No encontramos allí ningún plan de acción, cómo no existía tampoco en IQS ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regían sus decisiones o designios.

Vale decir que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente. Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos iniciativa.

No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizás explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.

Yo no digo que nos vamos a poner nosotros a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.

Vale decir que en esto, como se ha-dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesita para sustentar una política.

Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonía, de mando y de dirección.

Ponerse adelante

Para ser país monitor -como sucede con todos los monitores- ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan. El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación y los demás van a seguir aunque no quieran. De manera que la hegemonía no se conquista. Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simplemente y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país y, en tercer término, el resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.

Por eso, bien claramente entendido, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros, primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo. En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos, y que la absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.

Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa, diremos, unidad económica.

Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, sobre la base de una unidad económica. Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza -que tenemos obligación de soñar- para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.

Escrito hace 8 horas · Denunciar esta nota
A Luis Gotte y Gabi Gabi UnoDos les gusta esto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario