6.-5. EL ESTADO JUSTICIALISTA (1945-1955). Segunda parte: Perón explica su obra de gobierno. Educación y religión.
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El Lunes, 14 de junio de 2010 a las 23:39
"LA FUERZA ES EL DERECHO DE LAS BESTIAS", por Juan D. Perón (1956).
V. OTRAS ACCIONES DEL JUSTICIALISMO.
En la enseñanza.
Hasta el advenimiento del justicialismo, la enseñanza estaba sólo al alcance de la oligarquía. El hijo de un hombre del Pueblo no podía nunca llegar a la enseñanza secundaria y menos aún a la universitaria, por la simple razón del dinero.
Al establecer nuestro gobierno la absoluta gratitud de toda la enseñanza, abrimos las puertas de la instrucción y la cultura a todos los hijos del Pueblo. Se terminó así con la odiosa discriminación y se dio acceso a todos por igual, para que de acuerdo con sus aptitudes, pudieran labrarse su porvenir.
La creación del Ministerio de Educación de la Nación, posibilitó asimismo dedicar una gran actividad y los fondos necesarios para encaminar y costear las diversas disciplinas escolásticas, científicas y técnicas.
En 1945 las personas que estudiaban en la República Argentina no pasaban de los dos millones. En 1955, cuatro millones de estudiantes poblaban las aulas en la enseñanza primaria, secundaria, universitaria, técnica y especial.
Los fondos dedicados a la educación pasaron de quinientos millones en 1945 a tres mil millones en 1955.
Recibimos el país con casi el 15% de analfabetos entre niños y adultos y, todos los años, más de doscientos mil niños no podían concurrir a la escuela primaria por falta de asientos en las escuelas del Estado. Lo devolvemos con sólo el 3% de analfabetos adultos y hoy todos los niños, sin excepción, pueden cumplir sus estudios primarios, secundarios, universitarios, técnicos y especiales.
El estado de los edificios escolares era calamitoso cuando en 1946 nos hicimos cargo del gobierno. Se había dado el caso del derrumbe del techo de una escuela, hiriendo a numerosos niños. En otros casos, las escuelas funcionaban en ranchos inapropiados.
En 1945 el déficit de edificios para escuelas de todo tipo pasaba de los diez mil. Nosotros en los ocho años de gobierno construimos ocho mil escuelas confortables y grandes. (Casi a razón de tres escuelas por días). Sólo en los primeros años del primer plan quinquenal, se construyeron más escuelas que en todo el resto de la historia argentina.
Ya en 1945, siendo Secretario de Trabajo y Previsión, creé las Escuelas de Aprendizaje y Orientación Profesional, destinadas a formar operarios, técnicos y profesionales. Hasta entonces los niños pobres aprendían sus oficios como aprendices en las fábricas y talleres y en medio del dolor de la injusticia y explotación que allí existía. No era esa la mejor escuela para formar operarios de la Nación.
Este régimen permitió encarar la enseñanza de grandes núcleos de población constituida por los niños que habiendo terminad el ciclo primario, por diversas causas, no seguían el secundario. Este contingente resultaba, en todo el país, casi el setenta por ciento de la población escolar. Hoy, después de ocho años, estas escuelas dan un total de casi cien mil operarios anuales altamente capacitados, para todas las actividades manuales, después de haber cursado los tres años en las escuelas de la Dirección Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional.
De estos mismos operarios egresados, luego de algunos años de práctica en las fábricas y talleres pueden seguir los cursos en las escuelas técnicas para egresar como “técnicos de fábricas” y luego pasar a la Universidad Obrera para obtener el título de Ingeniero Técnico.
Con esto hemos terminado con un estado de cosas que evidenciaba una fragante injusticia: había escuelas para los que podían costearse los estudios en las profesiones liberales; para los pobres, en cambio, no sólo no las había, sino que ellos eran arrojados, aún niños, a los talleres para formarse en el trabajo y el resentimiento. ¡Linda manera de hacer Patria! Estos son los “libertadores”…
Creamos asimismo y con objetivo similar numerosas escuelas y centros tecnológicos en todo el país que actualmente escalonan en el territorio nacional verdaderos centros de irradiación formativa.
Ampliamos y extendimos la acción de las universidades argentinas llevando de veinte a cien mil la población estudiantil universitaria y dando lugar a que numerosos latinoamericanos se incorporaran a ella. Sólo en la Universidad de Buenos Aires, quince mil estudiantes de Latinoamérica, siguen los cursos de las diferentes profesiones. En 1945 no pasaban de mil en todas las universidades reunidas. Algo ha de haber pasado en estos ocho años en las Universidades argentinas para que así sea.
El espacio de esta síntesis no me permite extenderme en numerosos aspectos de la extraordinaria obra realizada en esta rama del gobierno pero, si algo fue extraordinario en esta obra, fue precisamente la nueva orientación nacional dada a la enseñanza para destruir la colonialista que existía.
En la libertad de cultos.
En la Argentina, por disposición constitucional, si bien el Presidente debe ser católico, tiene la obligación de hacer respetar la libertad de cultos. Esta simple y justa prescripción tiende a asegurar una libertad esencial que nadie se atreve ya a discutir en el mundo, por lo menos en público.
Sin embargo, puedo afirmar, con la experiencia dura de los hechos, que es menester poseer un gran carácter y una fuerte energía para imponerse a los sectarios y poder cumplir el juramente empeñado a la Constitución y a la Patria.
Son muchos los que en nombre de la religión vienen a inducirle a uno a la persecución. Un día es a los judíos, otro a los protestantes y luego a los masones, como si un presidente, por ser católico, debiera pasar a ser instrumento de persecución, en reemplazo de la ineptitud o incapacidad moral de los pastores encargados del culto.
La primera cuestión que se me trajo fue la invasión protestante a Formosa, donde algunos pastores inculcaban su culto. Yo contesté que en la República Argentina había libertad de culto y que mi deber era ampararla y que así como no me parecía bien que los sacerdotes se metieran en política, tampoco creía prudente que los políticos nos metiéramos en los cultos. Luego se nos insinuó la inconveniencia de que se hicieran espectáculos en las plazas y las calles con motivo que algunos cantaban y tocaban el acordeón. Yo dije que mientras otras religiones hicieran procesiones en la calle, yo no podía impedir que ellos lo hicieran a su manera.
Al hacerme cargo del Gobierno tuve un serio problema con la persecución de los judíos. Se había dado el caso, en Paraná, Entre Ríos, que desnudaron en la calle a un israelita y corriéndolo a golpes dando un espectáculo bochornoso. No había día que alguna sinagoga no fuera dañada con bombas de alquitrán o que en las calles apareciese algún letrero ofensivo. Siempre he creído que estos son signos de barbarie. La culpa recayó invariablemente en los nacionalistas. Un día llamé a los dirigentes de esta agrupación y les hablé francamente. Ellos me manifestaron que era totalmente falso que su movimiento cometiera esos desmanes y tomaron contacto con las organizaciones judías. Se estableció después, que las inscripciones eran de los nacionalistas de la Acción Católica.
Con referencia a la masonería se me planteó también un problema similar. Se me aseguró que en nuestro movimiento había masones infiltrados. Yo respondí que no sabía, ni que me interesaba, porque mientras fueran buenos peronistas no me importaba si pertenecían a una u otra sociedad. Recuerdo entonces que uno me dijo: “-Pero, Señor Presidente, ¿qué piensa usted de un masón?” “-Lo mismo que de un socio de Boca Júniors”, contesté, y terminó la entrevista.
Durante mi gobierno recibí indistintamente a los jefes de la iglesia católica apostólica romana, como a los rabinos judíos, al representante del Patriarca de Jerusalem y jefe de la iglesia ortodoxa de Oriente, a los ortodoxos griegos, a los protestantes, a los mormones, a los adventistas, a los evangelistas, etc., porque creí de mi deber no hacer diferencias entre los pastores de los diversos sectores del Pueblo Argentino. Jamás tuve inconveniente con ninguno de ellos, excepto los católicos romanos, que no perdieron nunca la ocasión de pedir, imponer, cuestionar las leyes, realizar negocios, armar escándalos y hasta, durante mi gobierno, tuve la desgracia que el crimen más horrendo cometido en los últimos veinte años, lo fuera por un sacerdote católico apostólico romano, llamado Mazzolo, secretario del Arzobispo de Santa Fe, Señoría Ilustrísima y Reverendísima Monseñor Fasolino. Este cura se había casado en Rosario (Santa Fe) ocultando su condición de sacerdote. Luego se instaló en una pequeña pro-piedad en un pueblo suburbano. Con su mujer tuvo dos hijos. Un día asesinó a su mujer, la descuartizó, la llevó en el cajón de su automóvil y arrojó sus fragmentos en diversos lugares del Río de la Plata, después de destruir los posibles elementos de identificación.
El Gral. Juan Perón y el Cardenal Copello
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